El 2 de diciembre de 1947, en un pequeño poblado llamado El
Limoncito, Estado de Jalisco (México) falleció un humilde creyente indígena
llamado "el hermano Silverio". Dos meses antes, durante las reuniones
anuales de la Asociación Bautista de la región, había testificado de su fe en el
Señor mediante el bautismo. Al regresar a casa cayó enfermo, y a pesar de la
gravedad de su caso, fue hecho objeto de una dura persecución. Las autoridades
agrarias del lugar fueron a verlo con la amenaza de que si no dejaba su nueva
religión le cancelarían su derecho a la parcela de tierra que sembraba. En
presencia de la comitiva y de sus propios hijos el hermano Silverio pidió a su
esposa que le trajera la Biblia. Con el sagrado libro en la mano le dijo:
"Aquí está tu parcela, tu herencia y la de mis hijos. A nadie se la
entregues. Léela mucho." Y con voz entrecortada pidió que cantaran su
himno favorito. Les acompañó en cuatro palabras solamente y luego entregó su
espíritu en la más dulce quietud. Semejante aprecio por la Biblia, aunque no
sea expresado siempre en forma tan dramática, es el sentimiento común de los
hijos de Dios. Sabemos que "toda la Escritura es inspirada por Dios, y
útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a
fin de que el hombre de Dios sea perfecto (apto, capaz), enteramente preparado
para toda buena obra" (2 Timoteo 3:16, 17). Y en ocasiones hasta
compartimos el sentir del Salmista y decimos: "¡Cuan dulces son a mi
paladar tus palabras! Más que la miel a mi boca" (Salmo 119:103). Pero si
somos honrados, tenemos que confesar que hay ocasiones también cuando leemos
las Escrituras más bien por un sentido de deber que por el espontáneo deseo de
hacerlo. Y aunque sabemos que nuestras lecturas bíblicas debieran traernos
bendición, a veces cerramos el Libro con cierto sentido de decepción. Estamos
convencidos de que "esto no debe ser así", pero ¿cómo podemos lograr
que nuestro estudio bíblico personal sea siempre fructífero? En las páginas que
siguen nos proponemos contestar esta pregunta. Nos basaremos tanto en la
experiencia propia como en el testimonio de otros hermanos que han luchado con
el problema, sintetizando todo lo que tenemos que decir en cinco sugerencias
prácticas.
I. LEA LA BIBLIA EN BUSCA DE ALIMENTO
ESPIRITUAL
Para algunos
hermanos parece que el Libro de Dios es una simple sarta de curiosidades. Se
deleitan en hacer alarde de sus "conocimientos bíblicos", pero éstos
resultan ser de escaso provecho espiritual. Consisten en el aprendizaje de los
detalles mecánicos de la Escritura y en una familiaridad amplia con sus datos
curiosos. Por supuesto, debemos conocer los nombres de los sesenta y seis
libros de la Biblia y saber el orden en que aparecen. Vale la pena saber que
Marcos no era uno de los doce apóstoles y que Dan y Beerseba no fueron marido y
mujer. Además, es interesante saber que el capítulo más largo de la Biblia es
el Salmo 119 y que el más breve es el Salmo 117. Pero puede uno saber todo
estoy mucho más de semejante índole sin que su vida diaria dé evidencia de una
íntima comunión con Cristo. Para otros, parece que la Biblia es más bien un
almacén de parque. La leen al través de gruesos lentes de polemista, buscando
siempre algo con qué combatir las opiniones ajenas. No cabe duda de que la
polémica tiene su lugar y que cada creyente debe saber defenderse de los
estragos del error. No obstante esto, el propósito principal con que damos
lectura a la Palabra de Dios debe ser el de buscar pan y no piedras. Ahora
bien, si vamos a obtener de la Biblia nuestro alimento espiritual, tendremos que
leerla con regularidad. He oído decir que un perro puede sobrevivir sin comida
por 20 días, una tortuga por 500 días y cierta especie de pez por 1000 días.
¡Pero no debemos aspirar a ser cristianos tipo perro, tortuga o pez! Más bien
debemos recordar la práctica de Israel de recoger el maná cada día (Éxodo,
capítulo 16) y arreglar nuestro horario de tal manera que podamos seguir su
ejemplo. "Oh Jehová, de mañana oirás mi voz; de mañana me presentaré
delante de ti, y esperaré" (Salmo 5:3). Sin duda la mañana es el mejor
tiempo para nuestra cita diaria con Dios porque entonces nuestra mente está más
despejada. El lugar debe ser el sitio más tranquilo de que podamos disponer.
Pero sea dónde y cuándo sea, lo importante es que se establezca el hábito de
tomar tiempo cada día para leer la Biblia y orar. Pero es posible leer la
Biblia con regularidad y todavía no obtener mucho alimento espiritual. La
mayoría de nosotros somos algo perezosos, y si no tomamos medidas adecuadas,
nuestra lectura tiende a degenerar en una simple rutina. El remedio está en la
práctica de leer con propósito, acercándonos a la porción escogida en busca de
información específica.
En seguida
se enumeran diez preguntas que debemos hacernos cada vez que leemos un pasaje
bíblico:
1. ¿Cuál es el
tema general de este pasaje?
2. ¿Cuál es
la lección principal que el pasaje enseña?
3. ¿Cuál es,
para mí, el versículo más inspirador en este pasaje?
4. ¿Qué
enseña este pasaje acerca de Dios?
5.
¿Encuentro en el pasaje algún ejemplo que debo seguir?
6. ¿Señala
el pasaje algún pecado que yo debo confesar?
7. ¿Hallo en
este pasaje algún error que debo evitar?
8. ¿Presenta
el pasaje algún deber que necesito cumplir?
9. ¿Contiene
el pasaje alguna promesa que debo reclamar?
10.
¿Consigna el pasaje alguna oración que debo hacer mía?
No quiero decir que en todo pasaje bíblico que leamos
habremos de encontrar una respuesta para cada una de estas diez preguntas. Pero
el hecho de estar pendientes de hallar algo relacionado con todas ellas nos
ayuda a mantenernos más alertas. Además, esta manera de leer tiene la
grandísima ventaja de que nos obliga a descubrir en la Biblia un mensaje
personal. No podemos leer así sin darnos cuenta de que Dios está hablando a
nuestro propio corazón. Y esto nos mueve a obedecer, pues Cristo ha dicho:
"Si sabéis estas cosas, bienaventurados seréis si las hiciereis"
(Juan 13:17). Y cuando obedecemos, recibimos mayores manifestaciones de la
gracia de Dios, porque en otro lugar el Señor declaró que "el que tiene
mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ama, será
amado por mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él" (Juan 14:21).
II. MARQUE SU BIBLIA
Es una
reverencia mal entendida la que no le permita hacer anotaciones en los márgenes
de las páginas de su Biblia o subrayar pasajes que para usted son de
importancia especial. En mi propia Biblia tengo subrayado el Salmo 112:7 y al
margen esta breve anotación: "16-X-68 Castellón". Esto basta para
recordarme cómo Dios usó este pasaje la noche del 16 de octubre de 1968 para
traerme una bendición especial. Estando en España, había recibido ese día una
carta que contenía una noticia por demás alarmante. Se trataba de un grave
peligro que se cernía sobre una de nuestras instituciones bautistas mexicanas.
Todo el día había estado preocupado, y en mis momentos disponibles había orado
mucho sobre el problema. Esa noche tenía que predicar en la Iglesia Bautista de
Castellón de la Plana. Estando ya sentado detrás del pulpito, escuchaba al
pastor leer el Salmo 112. El tema de este Salmo es la bienaventuranza del
hombre que teme a Dios. Lo había leído muchas veces, pero esa noche cuando
llegamos al versículo siete, Dios me habló en una forma muy personal. Me dio el
mensaje que justamente necesitaba, haciéndome comprender que el hombre que teme
a Dios "no tendrá temor de malas noticias; su corazón está firme, confiado
en Jehová". La carga se me quitó, y en su lugar reinó la paz. Y hasta el
día de hoy aquel peligro no se ha traducido en realidad. ¡Qué gratos recuerdos
me trae esta anotación marginal en mi Biblia! Por medio de anotaciones
marginales puede uno conservar también los frutos de su estudio sobre
expresiones claves de la Escritura. Por ejemplo, en Lucas 11:20 Jesús dice:
"Mas si por el dedo de Dios echo yo fuera los demonios, ciertamente el
reino de Dios ha llegado a vosotros." En mi Biblia tengo subrayadas las
palabras "el dedo de Dios" y al margen la anotación de cuatro citas:
Mateo 12:28; Salmo 8:3; Éxodo 31:18 y Éxodo 8:19. Estas anotaciones bastan para
traer a mi memoria el fruto de un estudio interesante hecho hace varios años
sobre la expresión "el dedo de Dios". Mateo 12:28 es un pasaje
paralelo con Lucas 11:20. Allí las palabras de Cristo son: "Pero si yo por
el Espíritu de Dios echo fuera los demonios, ciertamente ha llegado a vosotros
el reino de Dios." Comparando los dos pasajes, queda claro que la
expresión "el dedo de Dios" es el equivalente de "el Espíritu de
Dios". Pasando luego a las otras tres citas consignadas en la anotación
marginal, vemos que en cada una de ellas aparece la expresión "el dedo de
Dios". "Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las
estrellas que tú formaste, digo: ¿Qué es el hombre . . ." (Salmo 8:3).
"Y dio a Moisés, cuando acabó de hablar con él en el monte Sinaí, dos
tablas del testimonio, tablas de piedra escritas con el dedo de Dios” (Éxodo
31:18). "Entonces los hechiceros dijeron a Faraón: Dedo de Dios es éste.
Mas el corazón de Faraón se endureció, y no los escuchó, como Jehová lo había
dicho" (Éxodo 8:19). En estos tres pasajes "el dedo de Dios" es
relacionado, respectivamente, con la creación del mundo, con la entrega de la
ley de Dios y con la redención de Israel de la esclavitud egipcia. Entonces, si
"el dedo de Dios" es una expresión bíblica equivalente a "el
Espíritu de Dios", tenemos aquí una referencia a la participación del
Espíritu Santo en tres grandes obras divinas: la creación, la revelación y la
redención. ¡Y todo esto es recordado mediante una breve anotación marginal!
Además de hacer anotaciones marginales, otra manera provechosa de marcar la
Biblia es mediante el uso de lápices de distintos colores. Se le asigna a cada
color un tema, y cuando se encuentra un pasaje que habla de este tema, se le
subraya con el color correspondiente. Durante varios años el que esto escribe
ha seguido tal costumbre con provecho positivo. El interés y la necesidad
personales dictarán el significado que uno asigne a los colores. Simplemente
por vía de ilustración les indicaré mi propio plan. Uso lápices de siete
colores, relacionando cada color con un tema como sigue:
(1) rojo - la sangre;
(2) azul - la oración;
(3) amarillo - el Espíritu
Santo;
(4) anaranjado - la iglesia;
(5) verde - el Reino de Dios;
(6) castaño - el pecado y sus consecuencias; y
(7) violeta - los advenimientos de Cristo: las
profecías tanto de su primera como de su segunda venida en el Antiguo
Testamento y las promesas de su segunda venida en el Nuevo.
Este sistema de subrayar pasajes con lápices de color aporta
un beneficio doble. En primer lugar, el hecho de estar siempre pendiente de
encontrar pasajes que traten los siete temas aguza la atención y hace que uno
se fije más en lo que está leyendo. En segundo lugar, después de que uno ha
subrayado un pasaje con un color determinado, es mucho más fácil volverlo a localizar
cuando lo necesite con urgencia. Antes de abandonar este punto, cabe una
palabra de orientación práctica. Las anotaciones marginales deberán hacerse o
con un bolígrafo de punta fina o con una pluma especial para tinta china. Las
tintas ordinarias se extienden y echan a perder el papel, por fino que éste
sea. Si desean subrayar con colores, es necesario usar lápices que no sean tan
duros que rompan el papel o tan suaves que pronto pierdan su punta.
III. APRENDA DE MEMORIA PASAJES SELECTOS
Esto no es tan difícil como algunas personas se lo imaginan.
La mente humana tiene una maravillosa capacidad para la retención siempre y
cuando se siga un procedimiento adecuado para aprender. Póngase la tarea de
aprender cuando menos un nuevo texto cada semana. Para principiar, escoja un
texto relativamente breve. Habiendo escogido el texto, divídalo en sus partes
naturales (éstas son indicadas por los signos de puntuación) y vaya por partes.
Lea la primera parte del texto varias veces, procurando repetirlo de memoria
después de cada lectura. Siga haciendo esto hasta que logre repetir esta parte
del texto completamente en forma correcta. Pase luego a la parte siguiente,
leyéndola y repitiéndola hasta aprenderla bien. Luego repita las dos partes
juntas antes de proceder al aprendizaje de lo que reste. Siga este
procedimiento hasta poder repetir al pie de la letra el texto entero,
juntamente con su respectiva referencia. Cuando lo pueda repetir todo, entonces
escríbalo para fijarlo todavía mejor en la mente. A la siguiente semana, antes
de iniciar el aprendizaje de un texto nuevo, repase bien el texto que ya tiene
aprendido y luego proceda con el nuevo como lo hizo con el primero. A la
tercera semana, repase los dos textos ya aprendidos antes de empezar con el
siguiente. De esta manera, en un año se habrá aprendido un mínimo de cincuenta
y dos pasajes selectos de la Biblia. El 25 de noviembre de 1966 apareció en la
revista Christianity Today el testimonio de un pastor norteamericano respecto a
un beneficio sorprendente que él había recibido de su disciplina personal en el
aprendizaje de porciones extensas de la Escritura. Oigamos su relato. "Una
noche, hace pocos años, regresé solo a casa después de mis vacaciones de
verano. Mi esposa e hijos se habían quedado atrás para disfrutar de unos días
adicionales de descanso. Al entrar en la casa quise prender la luz, pero no
había corriente. Busqué fósforos y encendí una vela. Ya estaba listo para
llamar a la compañía de luz para reclamar la falta de servicio cuando observé
que la tapicería de la silla en que estaba sentado estaba acuchillada.
Sobresaltado, miré hacia una ventana y vi que las cortinas estaban hechas
trizas. "Vela en mano, me fui de cuarto en cuarto. La situación iba de mal
en peor. Absolutamente todo había sido acuchillado. Grandes tajadas habían sido
cortadas en los muebles. La ropa colgaba de sus ganchos, pero estaba en tiras
nada más. Los colchones tenían profundas cortaduras en forma de cruz. No había
cosa que hubiera quedado ilesa. "Llamé a la policía. Los detectives
tardaron como una hora para revisar los daños y me dijeron que se trataba sin
duda de una pandilla de vándalos juveniles. El agente de seguros me avisó que
lamentablemente mi póliza no contenía ninguna cláusula que me protegiera de las
pérdidas sufridas. "Ya solo, me subí a la recámara. Al acostarme sentí el
filo cortante del colchón donde había sido acuchillado en forma de cruz. Mis
nervios estaban por estallar. Entonces cerré los ojos, y pronunciando
paulatinamente cada palabra, empecé a repetir de memoria los pasajes bíblicos
que sabía: el Salmo 1, el Salmo 23, 1 Corintios 13, Juan 14, el Salmo 46, el Salmo
90, el Salmo 91, Apocalipsis 1, el Salmo 122. Tuve que repetir mi repertorio
dos veces, quizás tres. Pero entonces me dormí profundamente hasta el
alba." La repetición pausada de pasajes bíblicos que sabemos de memoria no
sólo puede curar nuestro insomnio, sino como lo comprobó el mismo Señor Jesús
(Mat. 4:4, 7, 10) nos proporciona las armas con que derrotar a Satanás en la
hora de la tentación. Pero tal vez el beneficio más importante de todos es que
nos ayuda a meditar. Y esto nos trae a nuestra siguiente consideración.
IV. MEDITE LO QUE LEE
La meditación ha sido llamada "digestión
espiritual". Es el proceso mediante el cual el significado de nuestras
lecturas (o de nuestra observación) es asimilado y convertido en fibra moral y
espiritual. Algunos pasajes que inculcan este deber, que señalan las esferas de
su operación y que ensalzan sus beneficios son: Josué 1:8; Salmo 1:2, 3; 19:14;
104:34; 145:5; Hageo 1:5, 7; Lucas 2:19. En relación con esto, parece que
nuestro principal problema es que no sabemos meditar. Vivimos vidas tan
agitadas que nos es sumamente difícil disfrutar de la calma necesaria para
reflexionar. Hemos llegado a pensar que la meditación es un lujo en vez de un
artículo de primera necesidad. Pero hay cuando menos dos cosas que podemos
hacer para remediar esta situación. La primera es aprovechar los paréntesis que
se abren en nuestra rutina diaria para repasar detenidamente los pasajes
bíblicos que nos hemos aprendido de memoria. Tales paréntesis son los momentos
que pasamos en los transportes urbanos, los ratos que nos hace esperar el amigo
con quien tenemos una cita, el tiempo que gastamos haciendo cola para pagar una
cuenta o para cobrar un documento, o aun los instantes que nos hace demorar el
cambio de luces de un semáforo. Demos gracias a Dios por estos paréntesis (1
Tes. 5:18; Ef. 5:20) y gocémonos en el refrigerio espiritual que nos pueden
proporcionar —si es que los aprovechamos de la manera indicada. Aún más
importante, sin embargo, sería que aprendiéramos a combinar la meditación con
nuestro estudio diario de la Palabra de Dios. Esto limitaría la extensión del
pasaje que podríamos estudiar, pero nos permitiría profundizar mucho más en su
significado. Como ejemplo tomemos a Marcos 2:1-12, la historia del paralítico
sanado por Jesús. Después de leer cada unidad de pensamiento, detengámonos para
meditar. El resultado podría ser como sigue. Primera unidad de pensamiento:
"Entró Jesús otra vez en Capernaum después de algunos días; y se oyó que
estaba en casa." Meditación: Señor, cuando llegaste a aquella casa la
gente se dio cuenta de que estabas allí. ¿Se darán cuenta de que estás aquí en
esta casa donde vivimos mi familia y yo? Perdónanos la debilidad de nuestro
testimonio. Date a conocer, Señor, por medio de nuestro hogar. Segunda unidad
de pensamiento: "E inmediatamente se juntaron muchos, de manera que ya no
cabían ni aun a la puerta; y les predicaba la palabra." Meditación: ¡Qué
atrayente es la presencia de Jesús! Señor, manifiesta tu presencia en nuestra
iglesia para que las bancas no sigan tan vacías. Y da a nuestro pastor un
verdadero mensaje de tu Palabra para satisfacer las necesidades de los que
asistan. Tercera unidad de pensamiento: "entonces vinieron a él unos
trayendo un paralítico, que era cargado por cuatro." Meditación: ¡Qué
ejemplo tan inspirador el de aquellos cuatro hombres! Se compadecieron de la
condición de su amigo paralizado y combinaron sus fuerzas para llevarlo a
Jesús. ¡Oh, Espíritu Divino que moras en mi corazón, concédeme una porción más
grande del amor de Dios para que yo también me compadezca de los perdidos que
me rodean! Te doy gracias por mis hermanos que ya sienten esta compasión, y te
prometo unirme con ellos en un esfuerzo común por llevar estas almas a Jesús.
Cuarta unidad de pensamiento: "Y como no podían acercarse a él a causa de
la multitud, descubrieron el techo de donde estaba, y haciendo una abertura,
bajaron el lecho en que yacía el paralítico." Meditación: ¡Qué
persistencia tan admirable! Señor, perdóname las veces que me he desanimado a
causa de los impedimentos con que he tropezado. Dame esta misma persistencia
para que sea firme y constante, creciendo siempre en la obra tuya. Quinta
unidad de pensamiento: "Al ver Jesús la fe de ellos. . ." Meditación:
Señor, como viste la fe de aquellos cinco hombres, ves también la mía. Sabes
que a veces vacila. Como el padre del muchacho endemoniado tengo que orar:
"Creo, Señor, ayuda mi incredulidad." Sexta unidad de pensamiento:
"Dijo al paralítico: Hijo, tus pecados te son perdonados."
Meditación: La necesidad física del paralítico era patente para todos, pero
para Cristo era aún más patente su necesidad espiritual. ¡Más que la salud de
su cuerpo le hacía falta el perdón de sus pecados! ¡Oh, Cristo, ayúdame a tener
siempre presente que la necesidad más grande de las personas con quienes yo
tengo que tratar es precisamente ésta: el perdón de sus pecados! Séptima unidad
de pensamiento: "Estaban allí sentados algunos de los escribas, los cuales
cavilaban en sus corazones: ¿Por qué habla éste así? Blasfemias dice. ¿Quién
puede perdonar pecados, sino sólo Dios?" Meditación: ¡Pobres escribas!
Cegados por sus prejuicios, no podían comprender que estaban en la presencia de
Dios hecho Hombre. Padre amoroso, líbrame de los prejuicios. No permitas que
mis ideas preconcebidas me cieguen a la verdad. Dame siempre un corazón abierto
para ti. Octava unidad de pensamiento: "Y conociendo luego Jesús en su
espíritu que cavilaban de esta manera dentro de sí mismos, les dijo: ¿Por qué
caviláis así en vuestros corazones?" Meditación: Te alabo, Cristo, por tu
perfecto conocimiento del corazón humano. Yo no me conozco a mí mismo, pero tú
me conoces todo. Por tanto, me llego a ti para orar como el Salmista:
"Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis
pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino
eterno." Novena unidad de pensamiento: "¿Qué es más fácil, decir al
paralítico: Tus pecados te son perdonados, o decirle: Levántate, toma tu lecho
y anda?" Meditación: Claro está que lo más fácil era lo primero, porque
esto estaba en la esfera de lo invisible, mientras que lo segundo estaba en la
esfera de lo observable. Décima unidad de pensamiento: "Pues para que
sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar
pecados. . ." Meditación: Aquí Cristo indica que quería que supieran que
él tenía potestad (autoridad) en la tierra de perdonar pecados. Y puesto que
sólo Dios puede perdonar pecados, esto significa que Cristo quería que supieran
que él es Dios. ¡Oh Cristo, tú sí eres mi Dios y mi Señor! Undécima unidad de
pensamiento: "(Dijo al paralítico): A ti te digo: Levántate, toma tu
lecho, y vete a tu casa. Entonces él se levantó en seguida, y tomando su lecho,
salió delante de todos." Meditación: Cristo demostró que tenía autoridad
para perdonar pecados por el milagro de sanar al paralítico. En otras palabras,
la evidencia de la realidad del perdón era un cambio visible obrado en la vida
del hombre perdonado. Así es siempre. ¡El hombre perdonado es un hombre
visiblemente cambiado! Duodécima unidad de pensamiento: "De manera que
todos se asombraron, y glorificaron a Dios, diciendo: Nunca hemos visto tal
cosa." Meditación: Yo también te glorifico, oh Dios, por las vidas
cambiadas que he visto pruebas irrefutables de tu amor y gran poder. Y te pido
que nos dejes ver más de esta gloria tuya. Concédenos un movimiento
evangelístico que cambie multitudes de vidas, para que una vez más la gente se
asombre y te reconozca como el Dios viviente y único Salvador. En el ejemplo
dado arriba se observa que cada unidad de pensamiento es analizada. Luego, con
la excepción de la novena unidad, el análisis conduce a una aplicación
práctica. En la mayoría de los casos la aplicación se hace a la vida personal
del lector. En un caso, sin embargo (la segunda unidad), la aplicación es para
la congregación de la cual el lector es miembro. Y en las últimas dos unidades
la aplicación es general, para todo el pueblo de Dios. Las aplicaciones
generalmente se expresan en forma de oraciones, y en éstas Dios es invocado a
veces como Padre, a veces como Hijo y otras como Espíritu Santo. Además, las
plegarias contienen todos los elementos de la oración cristiana: alabanza,
acción de gracias, confesión, intercesión y petición. No quiero dejar la
impresión de que es necesario que uno siempre formule sus meditaciones por
escrito. Por regla general no habrá tiempo para tanto. La idea es más bien la
de insistir en el cultivo habitual de la práctica de analizar lo que leemos en
la Biblia y de aplicar las verdades así descubiertas a nuestra propia vida por
medio de la oración. Si así lo hacemos, no tardaremos en compartir la
experiencia del profeta Jeremías: "Fueron halladas tus palabras, y yo las
comí; y tu palabra me fue por gozo y por alegría de mi corazón" (Jer.
15:16).
V. ESTUDÍE LA BIBLIA DE ACUERDO A UN PLAN
Las cosas
hechas a la ligera y desordenadas no suelen salir muy bien. Aunque de vez en
cuando escuchamos el testimonio de algún hermano que asegura haber encontrado
el preciso mensaje que necesitaba por el sencillo procedimiento de abrir la
Biblia al azar y leer lo primero que captó su atención, tenemos que insistir en
que tales experiencias son poco comunes. Ocasionalmente encontramos una moneda
tirada en la calle. Pero ninguno de nosotros se atrevería a sufragar los gastos
de su casa sobre la base de lo que pudiera así hallar. Preferimos buscar un
empleo que tenga un plan definido de pagos.